domingo, 15 de marzo de 2009

La Seguridad

Este tema siempre ha llamado mucho mi atención. Las medidas que tomamos para procurarnos seguridad, en cualquier ámbito, tienen que ver con las amenazas externas, pero también en gran medida con nuestros propios miedos, fundados o no.

Hace unos años, hablando con mi gran amigo Pepe, le comenté por casualidad que yo mantenía las ventanas de mi casa abiertas durante gran parte del año, sobretodo cuando la temperatura lo permitía. Me gusta sentir el aire limpio corriendo por la casa. Le extrañó mucho, por no decir que sus ojos dieron tres vueltas de campana. Me hizo ver el riesgo de robo que corría por dejar las ventanas abiertas. Yo pensé (como es habitual) de forma muy diferente; creía que su miedo era exagerado. Aproveché la próxima ocasión en que vi a mi familia para comentarles el tema. Se llevaron las manos a la cabeza también. Aluciné, pero pensé que el que estaba equivocado debía ser yo, porque el resto del mundo parecía estar de acuerdo. Y me tiré un año sin salir de casa sin haber cerrado todo a cal y canto. Qué agobio.

Meses más tarde alguien me hizo ver que mi costumbre de no cerrar la puerta de mi casa por dentro cuando llegaba de la calle era peligrosa, pues alguien podría abrirla fácilmente mientras yo estaba dentro y robarme o algo peor. Desde entonces, cerraba siempre, y para mayor seguridad dejaba las llaves puestas por dentro, ya que así no hay dios que abra la puerta. Y efectivamente, el día que salí de casa, tiré de la puerta, y visualicé las llaves puestas por dentro justo en el momento en el que la puerta se cerraba suavemente, no hubo dios que abriera la puerta. Bueno, sí, un cerrajero muy majo (y muy rico, sospecho), lo consiguió.

Mi hermana, que suele amenizarme las jornadas de trabajo con mails de todo tipo, me envió uno un día en el que me advertía sobre ciertas bandas callejeras de delincuentes que se dedicaban a ir con el coche por las noches con las luces apagadas. Se supone que dichos malandrines esperaban a que algún conductor que se cruzara con ellos les avisara de que no llevaban luces dándoles las largas. ¿Y entonces? Pues lo perseguían y se lo cargaban a tiros. Me planteé no avisar nunca a nadie de que iba sin luces, porque claro, podría morir por ello. El precio era muy alto.

Toda medida de seguridad que me encuentro me plantea una duda: ¿merece la pena?

Estoy de acuerdo, y creo que es de sentido común, en que ciertas medidas de seguridad son necesarias, y en que decididamente merecen la pena: respetar semáforos, llevar arnés si trabajas en altura, usar condón... Todas ellas te protegen contra accidentes o situaciones no intencionadas.

Pero mis dudas toman fuerza cuando las medidas de seguridad tienen que ver con agentes externos que, intencionadamente, pueden hacernos daño. Tiendo a pensar que no me compensan las molestias que me causan las medidas de seguridad. Sí, reconozco que objetivamente cuesta tan poco cerrar las ventanas de casa como ponerse el cinturón de seguridad, pero a mí me cuesta más, subjetivamente hablando. Me cansa más protegerme contra maldades intencionadas. No se si me explico. Supongo que es porque se que, de no existir dichas amenazas, no tendría que sufrir el coñazo de protegerme.

Supongo que según las experiencias de cada uno, tenderemos a tomar más o menos medidas de seguridad. No me parece ninguna locura intentar protegerse. Me parece lógico. Pero las personas no somos lógicas y hacemos lo que nos parece.

Y a mí me parece un coñazo cerrar las ventanas, y por eso no lo hago. Me parece que si la puerta no está cerrada con llave, no pasa nada, y además puedo salir más fácilmente de casa en caso de que se incendie. Me parece que avisando a los conductores de que llevan las luces apagadas puedo salvar vidas, o cuanto menos, puedo evitar un accidente.

Me parece (a mí) que si alguien quiere hacerte mal, lo va a hacer, más o menos fácilmente. Y este pensamiento, lejos de agobiarme, me libera. Me libera de estar pendiente de las ventanas, de la puerta, y de si doy o no doy las largas a conductores despistados. Me libera de estar pendiente de la mochila todo el tiempo si estoy en la playa. Me libera de ponerme un chaleco antibalas por las mañanas por si alguien decide pegarme un tiro.

Digo yo, que de algo hay que morir, y que quizá me toque morir acribillado a balazos por un imbécil al que le he dado las largas, pero que es mejor vivir sin ese miedo, porque el resultado va a ser el mismo. Si no es por las largas, será porque des el intermitente. Si no me roban la casa cuando esté dentro, me la robarán cuando esté fuera. Si cierro las ventanas, me las pueden romper, que son de cristal, joder...

Y si algún vecino me quiere robar algo del trastero (sí, en el trastero soy el único que no tiene cerradura en la puerta), pues que se sirva sin tener que romper la cerradura, que encima me costaría un ojo de la cara reponerla.

Y aquí viene el tema, la duda, la contradicción en mi mente: y cuando me pase algo de esto, ¿qué? ¿Podré seguir dejando las ventanas abiertas? ¿Cerraré la puerta por dentro? ¿Pondré una cerradura al trastero? (lo de los pandilleros malandrines aquí no aplica).

Pues quién sabe. Cada uno es cada uno.

Como última reflexión me pregunto: ¿nos parece que los demás nos pueden hacer maldades por que sí? ¿o porque nosotros sabemos que seríamos capaces de hacerlas también? Obviamente, entramos en el asqueroso mundo de la confianza. La confianza se tiene hasta que se deja de tener. El hecho de desconfiar sistemáticamente de todo y de todos, ¿no da una idea de cómo somos nosotros mismos? ¿todo el mundo es sospechoso?

Pues lamentablemente, sí y no. Esa es la asquerosa cuestión de la confianza, que si no la tienes eres listo, pero un malpensado, y que si la tienes, eres bueno, pero tonto.

Creo que mi amigo Pepe, mi hermana y yo somos exactamente iguales en ese sentido. Y por ende, todo el mundo: todos desconfiamos por norma, pero a veces (contadas), nos fiamos, y a veces, simplemente no nos fiamos, pero nos arriesgamos. Esto último es lo que más veces sucede, me temo.

Ese nivel de riesgo sí que es personal e intransferible (aunque sí un poco contagioso) para cada individuo. Por eso algunos deciden poner más seguridad en sus vidas y otros menos. Pero en el fondo nadie tiene la razón absoluta, ni es más listo que nadie: simplemente, corremos más o menos riesgos.

Creo que la conclusión (si la hay) de mi pedorreta mental es un poco triste. Lamentablemente, la confianza tiene mucho que ver con la inocencia. Suelen ir desapareciendo juntas a lo largo de nuestras vidas.

Pero pensemos en cómo debería ser la cosa en un mundo ideal: ¿tendría que poner contraseña a mi ordenador si nadie se atreviera a hurgar en él? ¿No te gustaría no tener que poner la contraseña en ningún sitio nunca más? ¿No te gustaría no tener que pasar ningún control de seguridad en los aeropuertos para coger un avión? ¿Eh? ¿Eh? ¿Sería posible esa situación?

Aún recuerdo la casa de mi abuela en el pueblo. Cuando era pequeño siempre íbamos allí a pasar el verano. Tanto la puerta principal como la trasera estaban siempre abiertas. Por la casa pasaban diariamente decenas de personas que preferían tomar ese "atajo" para ir de una calle a otra, ante el tedioso rodeo que requería ir por la acera. Yo era confiado y (doy fe) bastante inocente. Jamás se me pasó por la cabeza que alguien pudiera robar algo.

Y jamás nadie lo hizo.

2 comentarios:

  1. Como ya t e dicho antes...

    Ben... o como cojones t quieras yamar.... eres gilipoyas!

    la vida es pura logica y pura experiencia!
    ya vivistes cuando se t quedaron las yaves puestas y en cuanto t pase algo sabras q no vives en un mundo de fantasia y piruleta...

    az lo q t salga de los cojones... pero t digo... la sabiduria q nos ofrece la vida, nos muestra q no podemos ser estupidamnt confiados con el azar!

    ten cuidaoooooooooo

    y no cometas tontunas! y se un poco mas racional q falta t ace... a la vez q un buen polvo...

    jejejejejejjejeee

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  2. Gracias por los consejos. ;-P

    Aunque de momento creo que no necesito más dosis de racionalidad. Estoy servido.

    Un beso!

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