sábado, 13 de agosto de 2011

Tienes visita

Karel salió a pasear por su ciudad. Estaba cansado. No había parado de trabajar en dos semanas. Empezaba una nueva temporada de balón-codo y había que prepararlo todo para que  la gente en sus casas pudiera disfrutar del deporte rey.

Además estaba La Visita. Desde que Karel se mudó a su nuevo barrio, años atrás, sabía de unos vecinos muy particulares. Eran una familia un tanto extraña que vivía apenas a tres bloques del suyo. No los conoció por casualidad, ni tampoco porque Karel tuviera un contacto directo con ellos, sino que fue siendo consciente de su presencia poco a poco.

¿Quiénes serían aquellos famosos vecinos de los que todo el mundo hablaba?

Karel no tuvo contacto directo con ellos durante años, pero aprendió muchas cosas de la familia Cano. No sabía cómo habían llegado a ser tan influyentes, ni le importaba lo más mínimo. Sin embargo, había descubierto que estaban en boca de todos en su pequeña-gran comunidad. Parecían estar metidos en cada negocio, en cada decisión que se tomaba en el barrio. Parecían estar metidos en todo. Pero la gente los respetaba.

Karel aceptó el hecho de que existían, y casi sin proponérselo, llegó a un acuerdo silencioso y privado con ellos. Lo hizo sin pensarlo, cómo se hacen las cosas cuando tienes otros asuntos más importantes que atender; como se quita uno los calcetines cuando se ha metido ya en la cama mientras piensa a qué hora tiene que poner el despertador.

Acordó íntimamente su particular pacto de no agresión. Si ellos no le molestaban, él los ignoraría. No los necesitaba para nada.

Repasaba tranquilamente este proceso de progresiva consciencia de los Cano durante sus primeros años en su nueva vecindad mientras paseaba por la calle de los teatros, siempre llena de almas a esas horas de la tarde. Se estaba haciendo de noche. El día llegaba a su fin y mañana era la Gran Cita.

Mientras se apresuraba calle arriba recordó también, esta vez más vívidamente, el primer contacto real que tuvo con la familia Cano, hacía apenas unas semanas, cuando abrió su buzón y encontró un sobre lacrado. Era un sobre muy bonito y elegante. Destilaba buen gusto. ¿Qué sería aquello? Como en casi todos los sobres, dentro estaba la respuesta:

“La familia Cano tiene el placer de anunciarle que usted ha sido honrado con la celebración en su hogar de nuestra próxima quedada de vecinos. Como usted ya sabrá, estas tradicionales quedadas son periódicamente organizadas por la familia Cano. Sólo iremos los buenos. Hablaremos, en su casa, de lo buenos que somos, de lo malos que son los demás, de lo que nos queremos, de que hay que quererse entre los buenos, pero también hay que querer a los malos, porque son malos y los odiamos, pero tenemos que decir que también los queremos. Ah, también hablaremos sobre si nos gusta o no su manera de tender la ropa, sobre si debe doblar los calzoncillos antes de meterlos en el cajón y sobre si su colchón necesita que le de la vuelta. Prepárenos una buena comilona. Ayudaremos con los gastos.”

Karel reflexionó sentado en su sofá. Era raro, muy raro, y se tendría que dejar una pasta en prepararlo todo al gusto de sus extravagantes vecinos, pero de alguna forma le halagó el hecho de haber sido elegido para ser el anfitrión de tan importante evento. Si decía que no, quizá la gente pensaría que no era de los buenos. Quería ser de los buenos, aunque en realidad nunca doblara los calzoncillos antes de guardarlos en el cajón.

Y ahora recordaba todo esto, mientras miraba la gran rotonda ajardinada, símbolo de su amada ciudad. Recordó que solamente faltaba un día para su curiosa reunión, para La Visita.

Recordó su pacto de no agresión. De repente se sintió sucio.

Siguió caminando y se metió en uno de los cientos de confesionarios que había repartidos por el parque.