viernes, 22 de abril de 2011

Conversando contigo II

- ¿Te acuerdas de lo que nos enseñaban siempre en el colegio? ¿Que dos líneas paralelas sólo se unen en el infinito?

- Obvio.


- ¿Obvio que te acuerdas u obvio que dos líneas paralelas se unen en el infinito?

- Que me acuerdo.


- ¿Por qué nos contarían tantas mentiras?

- ¿Te acuerdas cuando nos enseñaron que la virgen María era virgen?


- Obvio.

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Hola.

Llevo mucho tiempo sin escribir. Síntoma de que no me he aburrido demasiado durante estos últimos meses. Lo dejaremos en que es un buen dato, aunque a ratos he tenido mis dudas. Arriba y abajo. Cielos e infiernos. La vida.

Y después de esas frases que lo significan todo y que no significan nada, voy al tema,  mucho menos etéreo, mucho más prosaico.

Como españolito post-Franco he visto desarrollarse a España en muchas y variadas formas, pero ya desde que era pequeño me maravillaba sobremanera que cada vez que me abría la cabeza, cada vez que me salía un sarpullido, cada vez que tenía fiebre, mis padres me llevaban al médico y me trataba. Por aquel entonces no lo veía como un derecho. Quizá por la educación recibida, quizá no, siempre he tendido a pensar que los derechos hay que ganárselos de alguna forma. Tampoco sabía si me lo merecía o no, si mis padres pagaban por ello o no. No conocía, en definitiva, los entresijos de la Seguridad Social.

Sólo pensaba: “qué bueno; qué suerte”. No sabía que en realidad mis padres sí estaban pagando por ello. Cuando más adelante lo comprendí todo (o casi todo) me pareció que estaba bien. Sobretodo cuando comprendí que en otros países la situación era diferente. Siempre me pareció que el nuestro era el  mejor de los sistemas.

También comprendí que hay derechos que sí se tienen sin siquiera luchar por ellos, sin la necesidad de pagar por ellos, pero eso es otro tema. Me disperso. Sorry.

Volviendo a la Seguridad Social, me defino completa y tozudamente a favor. Es, sin duda, una  de esas ideas de las que llaman utópicas, que estamos intentando cumplir. Si no podemos hacerla plenamente real, al menos intentamos acercarnos. Yo, que suelo huir de patriotismos y nacionalismos (la autocrítica debería ser otra asignatura más en los planes de estudio), me enorgullezco de nuestro sistema sanitario.

Hasta aquí quería dejar clara mi posición ante este tema, porque a continuación, por supuesto, voy a hablar de algunas de sus flaquezas. Por supuesto, no son las flaquezas más importantes, sino las que yo he vivido de manera más intensa.

Flaqueza número 1: ¿por qué los médicos te siguen dando las recetas escritas a mano? ¿Es para hacerte sentir analfabeto, ya que no las puedes leer? Mi padre, hace poco, por un problema en un ojo, fue al médico. Le recetó un colirio. Fue a la farmacia, y lo compró. Una vez allí, le preguntó a la farmacéutica si lo que él había entendido en el papel garabateado por el doctor era correcto. “Señorita, ¿aquí pone que me eche una gota cada 2 horas, verdad?” La señorita, extrañada, miró el papel. “Parece que pone eso, sí, pero estas gotas son para administrarlas cada 24 horas…”. Mi padre podría haberse inundado el ojo con las putas gotas, sólo porque un médico no quiere usar el ordenador.

¿Tan difícil es imprimir las recetas? Se que esto ya se está haciendo. Bien por la SS. Pero os aseguro que todavía no se hace en el 100% de los casos… todo llegará.

Flaqueza número 2: hace poco me puse unas vacunas, y al terminar el médico me dijo que tenía que ponerme el recordatorio de una de ellas en 3 años, y de otras tantas en 10 años. Yo le miré, esperando que me explicara cómo coño iba yo a acordarme dentro de 10 años de que me tocaba ponerme las vacunas. Hubo un silencio. Después hubo otro silencio. Y todavía estoy esperando.

¿Tan difícil es hacer un sistema de avisos al móvil? Por dios, si lo hace hasta la ITV con el coche! Parafraseando a un compañero de trabajo, “panda de vagos!!!”.

Estas dos gilipolleces me enervan. Y no sigo con las listas de espera, las citas para mirarte un grano para dentro de 2 meses, los sueldos de los médicos, etc…, que todo el mundo conoce excepto, al parecer, Esperanza Aguirre, porque me sube la tensión, y no es plan.

Aunque a veces… pienso que nos pasamos. ¿Realmente estamos tan mal como para que ni siquiera tenga derecho a cabrearme por estas cosas?

Como dijo Victor Manuel un día por la tarde: “El egoísmo de los españoles es brutal. El nivel de exigencia que tenemos con el Gobierno, la Seguridad Social y el vecino no es comparable con lo que nos exigimos nosotros mismos.”

Hale, que cada viga sujete su cirio.


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